Resultaba ser, en apariencia de los demás,
una de esas chicas diferente. Parecía ser fuerte, una de esas pocas personas a
las que no conseguías hacer daño. Solía ser fría para cualquier situación y
momento, bajo ninguna circunstancia sonreía ni dejaba mostrar sus sentimientos.
Parecía ser una persona sin corazón, de las que ahogan sus pensamientos en unos
auriculares. Dejaba a la vista su distinta forma de expresarse hacia el mundo,
y su forma de pensar ante los demás. Pero ella, tan lejana a todos los demás, a
todas aquellas personas que estaban a su alrededor día a día, no resultaba ser
en realidad tan diferente a todos aquellos. Ella lloraba por las noches en su
habitación, cuando todos los demás dormían, solía quedarse horas derramando
lágrimas entre botellas de acohol. Ella solía mirarse en el espejo y
derrumbarse en el suelo, solía pensar que no era ella misma y que había dejado
de serlo desde hace tiempo. Ella, en apariencia de los demás, era solamente una
chica que había dejado atrás a esa niña llena de ilusiones, esperanzas y
sueños, que había olvidado el cómo sonreír, el sentirse bien consigo misma y
con el mundo, que había decidido dejar atrás a su pasado. Ella era una chica a
la que, tiempo atrás, habían roto y desquebrajado tantas veces su pobre y
delicado corazón, que habían hecho en mil pedazos sus ilusiones y sueños, que
habían herido hasta el último rincón de su alma. Ella era un corazón roto como tantos otros en la vida.