Quise
caminar sola para que nada ni nadie pudiera recordarme más a ti.
Conmigo misma tenía tortura suficiente. Cada
pequeño bache me recordaba a ti, ¿lo más gracioso? Que cada victoria,
también.
Solía depender de ese movimiento que hacías cuando sacabas
el humo de tu boca, de la
forma tan peculiar que tenías al pestañear, o de ese pequeño
hoyuelo que te salía al reír. Pero eso era
darle demasiado énfasis a nuestra relación amor-odio que solo nuestra
cama entendía. Obtuve más de un problema conmigo misma cuando
te veía y esas ganas de darte un bocado en el labio me consumían sin tregua.
Quizá era ése morbo de tenerte el que no me dejaba en paz, el que hacía que no
consiguiera mi equilibrio emocional, pero aun así, no me importaba.
Siempre fui una negada en el amor, en enamorarme, en
enamorarte, pero principalmente, fue culpa de mi hipocresía. Solía decir que
solo me enamoraría de la pieza que complementara al puzzle, de la
persona perfecta, de mi media naranja. Tardé una noche en
darme cuenta de que todas esas expectativas no existían, más que nada,
porque apareciste tú. Apareciste desde el fondo, consumido en tu humo, eclipsando media vida, pero no te
importo. Echaste mis esquemas a la basura, y después la prendiste fuego. Me enamoraste, me enamoré aun
sabiendo que estaba rompiendo con cada una de mis leyes, pero en realidad,
aplacabas cada mal míos cuando sonreías.
Tengo que confesar que desconfiaba de mi auto-control cuando pasabas a
pocos centímetros de mí, haciendo que el aire que hacías al pasar, moviera mi
pelo. Quise huir de la monotonía de tenerte, pero me
fue imposible. Cometí más de un error besándote cada
noche y deseando amanecer en tu cama una vez más, aun sabiendo que nunca
llorarías por mi ausencia. Los bostezos a tu lado eran bonitos, pero no podía
ser comparado con las reflexiones que me hacías.
A pesar de que nunca te dije lo mucho que me gustabas, por
culpa de ese pacto tan ridículo de 'Solo sexo', lo sabías. Sabías
que me temblaba cada gramo de mi cuerpo cuando tu mano acariciaba mi piel
desnuda, y el saber que yo te tenía como 'hombre imposible' te ponía más.
El típico cabrón hijo de puta que se acuesta con
cualquiera y a la mañana siguiente no se acuerda de ellas. Ese eras tú, pero
conmigo nunca fue así.
Cada noche, el teléfono sonaba marcando tu número, sonando
tu voz, pidiéndome que me pasara por tu casa. Y así, cada noche. Adicción. Aunque tú no lo
admitieras, tú también me querías, aunque solo fuera a ratos.
Tanto tiempo dependiendo de la cuerda que ataba tus sábanas
a mi cuerpo, logré desengancharme de cada uno de los
poros de tu piel. Dejé de lado el sabor de tus labios y empecé a olvidarme de
todo ese placer que me daba verte sonreír. Mandarte a la mierda, hasta que una vez
más, como tantas otras, volví a echarte de menos. Con una sola mirada me desarmabas, como si
tiraras cada una de mis balas al suelo, delante mía, y me hicieras ver que
había vuelto a perder otra vez, que habías ganado la partida. El éxtasis invadía nuestros
cuerpos. Pero eso no importaba. La impotencia y el (medio) arrepentimiento me
invadían cuando amanecía en tu cama. Pero eso era así, ley de vida.
Tú
dependías de mi cuerpo, y yo de tu sonrisa.