La yerba ya no le
sacia. Ya no siente en frío en las suelas de sus deportivas, solo siente
soledad, de esa que te vigila en cualquier esquina. Camina sin rumbo fijo,
observando el paisaje mientras los auriculares vibran en su oído por culpa del
volumen de la música.
Antes, solía esperar a que ella llamara para ir a buscarla a
la salida de clase. Ahora, ahora ya no queda nada. El teléfono puede estar
reposando días y días encima de la cama sin que suene, y el llorando con el
alma en pena.
Él sabía lo que había hecho mal, sabía que las relaciones
basadas en mentiras no llegarían a ningún sitio, pero aun así, se arriesgó y
perdió todo. Todavía el olor de la almohada le recuerda a ella, ese espejo del
baño donde los 'Te quiero' eran su mejor pasaporte sigue ahí, intacto. Las
sábanas que tanto le gustaban y donde tantas veces se enredó siguen en la cama,
como si esperaran que su piel desnuda reposara en ellas con delicadeza. Ella. Ella. Ella. Ella. Tan
complicada y tan compleja. Logró volverle loco con un 'te quiero' y un dulce
mordisquito en la oreja.
Ahora que ya no está, las canciones pierden todo su sentido,
la música no le llama, la yerba no le sacia. Ahora, se dedica a escribir cartas
de lo siento que ella nunca leerá.